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CRÍTICA SOBRE LA OBRA PICTÓRICA DE ALEJANDRO OBREGÓN
Marta Traba
Crítica de arte y escritora colombiana
(Buenos Aires, 1930-Madrid-Barajas, 1983)
Tomada de Latin Art Museum. Fundación Ureña Rib.
Marta Traba: Después de
veinte años de escribir sobre la obra de Alejandro Obregón, ya no sé más
qué decir. En la crítica periódica ejercida a lo largo de tanto
tiempo, mi admiración por esa obra sufrió obligatorios altibajos y
señaló —como meras correcciones de estilo— cuadros pésimos y períodos
infortunados. Ahora (cuando felizmente no escribo ese tipo de crítica
sino que me muevo en cuadros más amplios y generales), ya no importan
ni pesan para nada en mi juicio aquellas caídas lógicas y propias de
todo gran artista. Subsiste sólo el gran artista, el nombre mayor del
arte colombiano contemporáneo.
Su
hazaña aparece siempre más relevante: acometer en plena mitad del
siglo XX, la fabulosa tarea pictórica de “narrar” la atmósfera física
de un país a través de la oposición mar-cordillera, y de sus faunas y
floras características. En esta descripción pudo haber actuado como un
mero realista, como un lamentable folklorista, como un provinciano
exaltado: nunca cayó en esos fatales errores de visión.
Su pintura descriptiva y cismática es un texto inédito, lleno de
imaginación, fuerza y fantasía, armado vitalmente a fuerza de talento
personal y confianza en sí mismo. También es, por suerte, una pintura
endogámica, desinteresada en absoluto por las alzas y las bajas del
mercado externo cada vez más desorbitado y estúpido. La ironía (o el
triunfo), es que, hoy día en el mundo, vanguardias casi catalépticas
buscan la salvación en la pintura, los pinceles, la tela y el color, y
vuelve así a producirse un fenómeno que he señalado repetidas veces
como virtud cardinal del arte colombiano: su actitud de retaguardia se
convierte en vanguardia, sin proponérselo ni buscarlo.
Por
suerte para Obregón, su pintura es progresivamente, en el panorama
general de las artes nacionales, un monumento solitario: los
“obregoncitos” aparecidos en la época ruidosa del estrellato, lo
abandonaron muy pronto para tomar caminos más impactantes. Obregón
siguió adelante, solo, con sus toros y sus alcatraces y los mangles y
los huesos de sus bestias y sus bestias enteras a cuestas: con su
epicidad romántica invulnerable: con todo su aire desueto y al borde de
lo cursi, aire de bandera y escudo: con su pasmosa terquedad por
seguir siendo artista en medio del templo convertido en disneylandia.
Alguna
vez escribieron en Colombia, con indisimulada ironía, que Obregón era
dios y Marta Traba su profeta. Sacando la frase de su dimensión
extravagante, no sé si realmente lo fui o no, pero sé y lo afirmo a
plena conciencia, que me hubiera gustado serlo. Creo darle con esto el
directo testimonio de mi admiración.
Tomada de El arte en Colombia
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